Concéntrate…

Cuando vamos a la oración normalmente estamos cansados y dispersos. Nuestras preocupaciones no nos dejan tranquilos. Por eso debemos aprender a tranquilizar nuestros pensamientos y sentimientos.

Escoge una posición cómoda. Presta atención a cada parte de tu cuerpo: las leves sensaciones sobre tu rostro; la posición de tus brazos y manos… Suelta tus músculos. Suavemente concentra tu atención en tu propia respiración. Piensa en algunas palabras conforme vas respirando. Por ejemplo, di «Jesús» cuando inspires y «me fío de ti» cuando expires. Suavemente ve recordando el material de oración que has preparado de antemano.

Escucha con atención los sonidos de tu alrededor, intentando distinguir cada uno de ellos. Oye simplemente los sonidos, sin intentar imaginar de dónde proceden. Deja que continúen como son en sí mismos, sabiendo que ellos no te atacan ni te violentan, ni dependen de ti. En la medida en que dejes que los sonidos continúen enteramente abandonados a sí mismos, ve haciendo crecer la conciencia de que estás en presencia de tu Creador y Señor. Del mismo modo que aprendes a escuchar en paz los sonidos ambientales, puedes hacer también con lo que ves y hasta con los olores que percibes. Todo lo que te rodea es signo visible de la presencia activa de Dios.

Si se te ocurre algo importante que hacer, apúntalo en un papel, y sigue con tranquilidad tu preparación. Vale la pena entregar este rato sólo a Dios.

Podrías también encender una vela para sentir su perfume y presencia. O fijarte en un pequeño objeto que tengas colocado delante de ti, viendo cuidadosamente todo lo que puede mostrarte, hasta que puedas sentir el hecho de que nuestro Criador te está creando continuamente tanto a ti como a ese objeto. O pon una música suave. O quema incienso. En fin, con libertad, haz lo que más te serene.

Concéntrate… delante de Dios

En la posición que más te ayude, sintiendo a Dios presente, trata de conversar con él, o con Jesús o con María… Para ponerte delante de ellos no basta la imaginación: necesitas una fe activa, que te lleve a un trato con Dios cada vez más familiar, totalmente sincero y confiado. Ante Dios no hay ningún tema tabú. Tienes que aprender a sincerarte con él tal como eres y te sientes en cada momento. Hasta tus rebeldías contra él debes contárselas a él mismo en persona.

Si no te es fácil la relación, intenta repetir frases del texto que quieres meditar, cambiando un poco la persona gramatical de modo que se las puedas decir a Dios. Una misma frase puedes repetirla como acto de fe, como acción de gracias o alabanza, como petición o perdón.

La presencia de Dios tiene que darte paz y confianza. Puede ser que a veces estés en crisis o totalmente seco, pero no por eso debes perder la paz, ni dejar o acortar el tiempo dedicado a la oración. Si hay cosas en tu interior que te inquietan, te distraen o te perturban, cuéntaselas con toda crudeza a Dios… Nunca tengas miedo de ser sincero con él.

Concéntrate… delante de Dios, en espera de su ayuda

Tienes que estar seguro de que Dios está interesado en conversar contigo y en ayudarte. Pero él lo hará a su tiempo y a su modo. Hay que dejarle a Dios ser Dios. Él sabe lo que necesitas y nadie más que él quiere dártelo. Lo que pasa es que sus caminos son a veces muy distintos a los nuestros… Pero no dudes que Dios quiere darse sobre todo a sí mismo, y con él todas las otras cosas que necesitas para poder llegar a su hermoso ideal de un desarrollo pleno de tu personalidad.

La humildad es la puerta por donde entra Dios. Por eso la sinceridad ante él es tan importante. No importan demasiado nuestras debilidades e imperfecciones, con tal que las reconozcamos delante de Dios, en espera confiada de su ayuda. Pero ello no quita la obligación que tienes de preparar diligentemente la materia de tu oración y de hacerte un hueco tranquilo en tus ocupaciones para que puedas realizarla. No conseguirás seguir adelante sin un gran espíritu de sacrificio. Esto no es para comodones… Piensa con sinceridad qué estás dispuesto o dispuesta a sacrificar para poder terminar con éxito estos Ejercicios.

Cuidado también con la tendencia a quedarte por las nubes volando hacia el perfeccionismo o la obsesión por la imagen negativa de ti mismo. No te enredes tampoco en teorías teológicas o en apurarte por verlo todo. No se trata de una “lección” que hay que aprender completa. Lo importante es establecer una relación personal con Dios. San Ignacio insiste en que lo que hay que buscar es “sentir y gustar las cosas internamente” [2]. Por eso, si en un punto concreto encuentro lo que busco, ahí no más debo quedarme, sin ansias de pasar adelante hasta que me satisfaga [76].

Acabada la oración, es importante realizar un examen, buscando las causas de cómo me ha ido en ella, de modo que pueda corregirla o mejorarla [77]. A veces al final de cada semana se especifican algunas preguntas de evaluación, pero aun cuando no se especifiquen, siempre debo emplear un tiempito para evaluar cómo me ha ido en la oración y en qué puedo mejorarla.

 

Tomado de la Introducción a los Ejercicios en la Vida Corriente elaborada por José Luis Caravias sj (Resumen de José Correa sj)